La regulación de la Inteligencia Artificial: un gran desafío para la JCE

El avance tecnológico contemporáneo ha transformado profundamente la dinámica de las sociedades modernas. La inteligencia artificial (IA), como una de las expresiones más revolucionarias de la era digital, ha irrumpido en todos los ámbitos de la vida humana, incluyendo el terreno político y electoral. Su presencia plantea un desafío inédito para las instituciones encargadas de garantizar la integridad de los procesos democráticos, entre ellas la Junta Central Electoral (JCE).
La función de la IA no se limita a la automatización de tareas o al procesamiento de grandes volúmenes de datos. Su alcance se ha extendido hacia la generación de contenidos, la elaboración de estrategias comunicacionales y la personalización de mensajes políticos. En ese sentido, los candidatos y partidos pueden beneficiarse de su uso para optimizar sus campañas, comprender mejor el comportamiento del electorado y proyectar una imagen pública más coherente y efectiva.
No obstante, el mismo potencial que convierte a la IA en una herramienta poderosa puede transformarla en una amenaza para la transparencia electoral. La creación de imágenes, audios y videos falsos —conocidos como deepfakes—, así como la manipulación algorítmica de la información en redes sociales, abren un campo peligroso de desinformación y manipulación de la opinión pública. En este contexto, la frontera entre la verdad y la falsedad se vuelve cada vez más difusa, comprometiendo la confianza ciudadana en las instituciones y en el propio proceso electoral.
Ante este escenario, la JCE enfrenta el reto de diseñar políticas claras y actualizadas que regulen el uso de la inteligencia artificial en las campañas políticas. No se trata únicamente de imponer restricciones tecnológicas, sino de promover un marco ético que oriente la conducta de los actores políticos y preserve la equidad democrática. La regulación de la IA en los procesos electorales debe contemplar aspectos como la autenticidad de los contenidos, la transparencia en la comunicación digital y la responsabilidad de quienes difunden información automatizada.
En definitiva, el desafío de la JCE no es solo jurídico ni técnico, sino esencialmente moral y social. Regular la inteligencia artificial implica proteger la esencia misma de la democracia: la posibilidad de que los ciudadanos decidan libremente, basados en información veraz y sin interferencias manipuladoras.
La Junta Central Electoral no puede permanecer rezagada ante esta nueva realidad. La IA no es el futuro, es el presente, y su influencia en la formación de la opinión pública crece a una velocidad que las normas actuales no alcanzan a controlar. Si la JCE no asume con determinación la tarea de establecer un marco regulatorio sólido y actualizado, corre el riesgo de que los próximos procesos electorales sean decididos más por los algoritmos que por la voluntad del pueblo.
14/10/2025
Por: Alexander Jiménez / Opinión
Máster en Comercio Internacional – Informático, Emprendedor y Político.