octubre 29, 2025

Alofoke no es el problema. El problema somos nosotros

Alofoke no es el problema. El problema somos nosotros

Por: Abril Peña

La Casa Alofoke 2 debió haber abierto una caja de Pandora… pero no lo hizo, porque lo que reveló Luis Polonia no es nuevo, de hecho nada nuevo, solo destapó lo que siempre ha estado ahí: la normalización del abuso, agresión y seducción de menores en República Dominicana.

Durante un episodio, Luis Polonia y su actual pareja contaron sin sobresalto, sin pudor y sin conciencia del peso de sus palabras, que su relación comenzó cuando ella era menor, no lo dijeron en secreto, no lo disfrazaron, lo dijeron como quien cuenta algo normal y lo es para ellos y para buena parte de la población también.

Y eso es lo que duele: que lo que debería ser un crimen socialmente intolerable, aquí es una costumbre.

No olvidemos que Polonia ya tuvo una condena en Estados Unidos por acostarse con una menor de 15 años, pagó diez mil dólares, Diez. Y unas charlas para agresores sexuales, porque la hipocresía no tiene bandera y no se podía destruir una carrera promisoria. Cuarenta años después, la lección que aprendió no fue ética: fue de estrategia.

En vez de dejar la conducta, aprendió a “esperar”, a rondar, a preparar, a groomear, como si dice popularmente a criarla y a echarle maíz, pa’ que engorde, en resumen hay más de un camino para llegar a Roma y él y otros han aprendido a recorrerlo sin caer presos.

¿Y qué hacemos nosotros? Nada. Porque en este país, la violencia sexual contra menores no es escándalo: es rutina. Aquí 647 niñas menores de 13 años dieron a luz el año pasado, 19% de las parturientas son adolescentes, aquí hay padres que literalmente empujan a sus hijas a “sacarse la lotería” con un adulto como inversión familiar, aquí el incesto es tan frecuente que ni siquiera provoca noticia y las agresiones sexuales se excusan con frases como:

“Ella estaba de acuerdo.”

“Ella se veía grande.”

“Eso pasa en los campos.”

No, eso pasa en todas partes y cuando un reality show lo pone frente a la cámara, la gente se calla o se ríe y lo que es peor los medios se callan, porque nadie quiere enemistarse con el zar de la comunicación de masas, porque aquí la reputación del poderoso vale más que el cuerpo de una niña porque la industria en general prefiere no tocar lo que puede costar publicidad.

Pero decir que esto es culpa de Alofoke? El que lo diga se miente así mismo, el no descubrió el agua tibia, Alofoke no inventó esta cultura.

Solo la muestra, descarnada, sin maquillaje, sin eufemismos.

Sin la narrativa confortable donde el problema es “uno”, no “todos”.

El problema no es el reality, el problema somos todos, es la República Dominicana que se vemos reflejada en él. Un país donde las niñas tienen precio, donde la pobreza se confunde con consentimiento, donde la agresión se normaliza, donde la vergüenza, si la tienen, porque a veces ni eso, siempre le toca a la víctima, donde lo que debería escandalizar ya no escandaliza a nadie.

La Casa Alofoke 2 no nos quedó grande, nos quedó exacta. Exacta a la suciedad que llevamos arrastrando generaciones. Y eso —esa verdad desnuda— es lo que incomoda. No a Polonia. No a Alofoke. A nosotros.

Y lo más triste es esto: que cada vez que intentamos nombrar el horror,

el mundo nos pide que hablemos bajito, la producción dice, tú eres loca, vas a chocar con esa mole, busca un bajadero que maquillemos, que edulcoremos, que suavicemos lo insoportable.

Las plataformas como Youtube o Meta nos dicen que “no podemos usar ciertas palabras”, las IAs todas si intentas corregir en ellas te dicen que ese escrito «infringe las normas de comunidad» las instituciones dicen que “no es el momento”, los medios dicen que “no conviene” y la gente dice que “para qué remover eso” … hipocresía en su máxima expresión.

Como si el silencio fuera cura. Como si el silencio no fuera la cama donde el monstruo duerme cómodo.

Porque sí: se puede bailar con niñas sexualizadas en videoclips,

se puede reír con chistes de mayores “esperando que cumpla 18”,

se puede aplaudir la viveza del que enamora una muchachita pobre

para salvarse de tener que mirar al espejo.

Y lo peor es que eso no ofende, eso no viola normas de comunidad … Eso no se censura.

Lo que se censura es decirlo, lo que se prohíbe es ponerle nombre, lo que incomoda es mirarnos en el reflejo.

Pero aquí estoy, diciendo lo que no se dice. Sabiendo que tal vez me bloqueen, me callen, me ignoren, o me nombren exagerada. No me importa y nunca lo ha hecho.

Pero si algo hemos demostrado como país ( y por lo visto el mundo) es que sabemos esconder cadáveres a plena luz del día, que sabemos enterrar niñas vivas en la adultez forzada, y luego fingir que nunca vimos su infancia morir.

Nos hemos acostumbrado, a caminar entre tumbas abiertas

y llamar a eso “vida normal”. No, no es normal, no puede ser normal, no debe ser normal.

Y si después de todo esto alguien todavía quiere llamar exageración a lo evidente, que lo haga.

La negación siempre ha sido la primera defensa del culpable.

Pero la verdad es simple: a las niñas en este país las estamos enterrando vivas. Las vemos desaparecer en la “pareja conveniente”, en el “amor de hombre grande”, en el “deja que cumpla 18”, en el silencio compartido que se transmite como herencia y como vergüenza.

Y mientras tanto, seguimos funcionando: los colmadones abiertos, los programas al aire, las iglesias llenas, los políticos en campaña, los medios negociando pauta, las familias haciendo como que no saben.

Y yo me pregunto: ¿Cuánto más se puede sostener un país construido sobre tumbas pequeñas?

Porque un país que no protege a sus niñas no está vivo. Está de pie, pero está podrido. Y lo que se pudre no se esconde, termina oliendo, incluso si nadie quiere reconocer el cadáver y ese olor ya está en todas partes, en los titulares, en las escuelas, en las iglesias, en las camas, en los programas de entretenimiento, en los silencios incómodo, en las risas nerviosas y en los “eso siempre ha pasado”.

La pregunta aquí no es si lo vemos, es cuándo vamos a dejar de fingir que no lo vemos. Porque lo que mata no es el monstruo, lo que mata es el acuerdo colectivo de hacernos los ciegos.

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