“Profezorra” y visitas escolares: ¿Cuándo el mensaje se vuelve inaceptable?

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Una imagen viral ha puesto nuevamente en tela de juicio el nivel de responsabilidad con que se maneja la comunicación institucional. Se trata de un cartel atribuido al Ayuntamiento de Santo Domingo Oeste, donde se lee la frase: “Mi profezorra metiendo mano en el mantenimiento”, acompañada por el logo del cabildo, una imagen femenina y un mapa que, para colmo, no corresponde al territorio exclusivo de la República Dominicana.

Más allá del evidente error ortográfico, la pieza es una acumulación de fallas graves: desde la vulgaridad del texto, hasta el uso de una figura femenina vestida de manera sugestiva que no guarda relación con el tono ni el objetivo de una campaña pública, y que desentona con cualquier estándar de comunicación gubernamental.

En un país donde los niveles de alfabetización y comprensión lectora son desafíos reconocidos, el lenguaje que utiliza el Estado —en cualquiera de sus niveles— debe ser modelo, guía y ejemplo. La imagen no solo muestra un cartel mal escrito. Muestra una negligencia grave de supervisión, una carencia de filtros, y sobre todo, una preocupante normalización del error como parte del discurso oficial.

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“Profezorra” y visitas escolares: ¿Cuándo el mensaje se vuelve inaceptable? Una imagen viral ha puesto nuevamente en tela de juicio el nivel de responsabilidad con que se maneja la comunicación institucional. Se trata de un cartel atribuido al Ayuntamiento de Santo Domingo Oeste, donde se lee la frase: “Mi profezorra metiendo mano en el mantenimiento”, acompañada por el logo del cabildo, una imagen femenina y un mapa que, para colmo, no corresponde al territorio exclusivo de la República Dominicana. Más allá del evidente error ortográfico, la pieza es una acumulación de fallas graves: desde la vulgaridad del texto, hasta el uso de una figura femenina vestida de manera sugestiva que no guarda relación con el tono ni el objetivo de una campaña pública, y que desentona con cualquier estándar de comunicación gubernamental. En un país donde los niveles de alfabetización y comprensión lectora son desafíos reconocidos, el lenguaje que utiliza el Estado —en cualquiera de sus niveles— debe ser modelo, guía y ejemplo. La imagen no solo muestra un cartel mal escrito. Muestra una negligencia grave de supervisión, una carencia de filtros, y sobre todo, una preocupante normalización del error como parte del discurso oficial. ¿Quién diseñó este cartel? ¿Quién lo aprobó? ¿Quién lo colocó sin leerlo dos veces? Más importante aún: ¿Quién representa a una comunidad sin cuidar la imagen que proyecta de ella?

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¿Quién diseñó este cartel? ¿Quién lo aprobó? ¿Quién lo colocó sin leerlo dos veces? Más importante aún: ¿Quién representa a una comunidad sin cuidar la imagen que proyecta de ella?

Pero lo más preocupante no es solo el cartel. Es el patrón.

En redes también circulan videos donde se ve al alcalde Francisco Peña presentando a la misma mujer en centros escolares, en actividades donde su presencia y su imagen generan incomodidad. Es absolutamente inaceptable que desde el poder municipal se utilicen planteles educativos para promover una figura que no representa valores formativos, ni educativos, ni institucionales. La escuela no es un escenario para alimentar personalismos ni para proyectar imágenes fuera de contexto, asunto al que el Distrito Escolar 15-05 debe prestar atención.

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La promoción institucional no puede convertirse en vehículo de vanidad ni en plataforma para personajes cuya función, presencia y propósito nadie ha explicado formalmente. Y si a eso le sumamos el uso de un mapa incorrecto del país en una pieza que se presenta como oficial, se hace evidente no solo el descuido, sino el desconocimiento profundo de lo que significa comunicar en nombre de una institución pública.

El alcalde Francisco Peña y su equipo tienen la responsabilidad de responder por este hecho, no con excusas, sino con acciones concretas: revisión de sus procesos de comunicación, mayor capacitación al personal, y un compromiso con el respeto que merece la ciudadanía.

Por: Anabel Núñez

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